22 de agosto de 2020

Clases de nada.*

Nadie sabe qué cuentos cuenta,
ni a quién le cuenta cuentos,
ni para qué se los está contando,
ni cuáles cuentos que cuente
se le van a pegar a quién en la memoria.

José Ramón Enríquez.


[1]

Sentado a contraluz respecto a la ventana por aquello de los ataques de migraña, boina, anteojos oscuros y barba vueltos rostro, José Ramón Enríquez Alcázar, hijo de doña Berta Alcázar y de don Isidoro Enríquez Calleja, y por esa vía hijo también del exilio español y republicano para más señas, solía leernos, platicarnos o citarnos de memoria a Sor Juana, Gómez de la Serna, López Velarde, García Lorca, Valle-Inclán o Cervantes, y después preguntarnos ya no qué habíamos entendido, sino qué pensábamos. Era como llevarnos de la mano, ora Virgilio, ora Beatriz, por los círculos infernales o gloriosos, o ambos, de la creación; pero, antes del parto poiético, era condición indispensable hacer un alto y pensar acerca de qué pensábamos o, más todavía, pensar si estábamos pensando.

Aquellas clases que ni siquiera figuraban en los planes de estudio del Centro aquél que, para decirlo con el mismo José Ramón, es de Teatro porque antes es Universitario, venían a configurarse como el espacio en donde lo visto en todas las demás asignaturas encontraba sentido. Sin embargo, para soltarnos el micrófono, el maestro tenía que haber encendido un cigarrillo y consumirlo poco a poco hasta haber conformado a su alrededor un ambiente tan enrarecido cuan mágico, coronado por un anuncio que pegado en la pared prohibía fumar.

Si hubiera de entresacar de los recuerdos alguna imagen para ubicar en su justa medida aquellas clases que tenían lugar en los umbrales del siglo 21, creo que ésta de José Ramón Enríquez fumando bajo aquél letrero conjug(l)aría con justicia la actitud aparentemente ácrata de este discípulo confeso de Juan de Mairena por línea paterna y la amorosa disciplina de su quehacer pedagógico. “Cada año ‒nos decía‒ veo llegar ante las puertas de esta Torrecita de Rapunzel en que estamos a decenas de jóvenes cuyos ojos brillan de tantas ilusiones que traen dentro; pero basta que entren para que la mamonería que rezuma incluso en las paredes borren el brillo, las ilusiones... todo.”

Allí estaban, pues, letrero y maestro. El letrero, como expresión prohibicionista de la supuesta sana pretensión de alguien tan afecto a las reglas que esperaba que aquél circulito rojo cancelando la imagen de un cigarrillo encendido y debajo de él la palabra NO fuera suficiente para inhibir los “malos hábitos” propios y ajenos. El maestro, protagonizando, más que una manifestación de rebeldía, el vivo ejemplo de lo que Morin llama pensamiento complejo; haciendo visible lo invisible, provocando con su sola actitud una oleada de interrogantes que nos conducían a pensar y pensarnos radicalmente; característica ontológica de este arte y este oficio que son porque, parafraseando a Luis de Tavira, lo son en el presente de la presencia y la presencia del presente.

[2]

La primera vez que hablé cara a cara con José Ramón Enríquez, y no ya sólo con su palabra en negro sobre blanco vuelta poesía, obra de teatro o choro político de indudable apuesta por los márgenes, fue una mañana de tantas que tuvo el mes de agosto de 1997, mes en el que José Ramón cumple años de vida y yo de teatro, que es como decir lo mismo. Yo había llegado con el corazón latiéndome a toda marcha para ver la lista de las y los aceptados a cursar el diplomado de actuación en ese mismo CUT de paredes rezumantes de mamonería. La segunda ocasión él estaba entre el público que vio una de las funciones que dimos de Y la historia comenzó... en el Tercer Encuentro de Teatro Comunitario de la Región de los Volcanes, celebrado en Tlaxcala. Al final de la representación me llamó. Aún recuerdo que mientras caminaba hacia su encuentro el corazón me latía igual que un año atrás.

Ese latido se repetiría muchas otras veces: en sus clases, cuando por su voz se colaban don Guillermo Orea para hacernos muecas con la mitad del rostro oculta al público, doña Ofelia Guilmáin aguardando el instante para irrumpir en la escena y romper plaza dándose sus mañas para ver los toros, Fernando Balzareti y Octavio Galindo, gallardos y espléndidos, animales de la escena, o el viejo y sabio maestro Retes que gritaba aquello de “abusados, maestros; abusados... no pasa nada”; en escena, cuando los trabajadores técnicos del CUT aún no dejaban que sus mezquindades propias de su falsa conciencia de clase fueran más grandes que su tierna complicidad para con el oficio teatral y habíamos podido llegar al estreno de los fragmentos del Moctezuma II de Magaña que José Ramón mismo había pergeñado con sumo cuidado para examinar a la Generación 2000-2004, la última que cursó la asignatura de Genealogía del Actor que también él diseñara para llenarnos las alforjas dionisíacas de pánico equipaje.

Esa vez segunda, me preguntaba a mí mismo qué querría el maestro; ¿me compartiría un par de consejos para la próxima vez que me atreviera a escribir y a dirigir algo?... y el latido agarraba fuerza nomás de puros nervios… como cuando sonó la tercera llamada del día que estrenamos Guerrero en mi estudio en la blanca (por racista) y feminicida Mérida, siendo yo su asistente de dirección… o cuando acabó la primera función de Orestes o dios no es máquina, de Miguel Ángel Canto, para la que escribió el texto del programa de mano… o cuando terminé de leer su Tarantela y me descubrí llorando, conmovido todavía por los textos de José María Galán: “un beso en el ombligo de vez en cuando, y algo de lluvia de oro los fines de semana, valen por su mirada de ternura...”.

[3]

―A ver, mi vida, recuérdame –dijo, poniendo fin a mis pensamientos–: ¿acaso tú no eres el pendejo que no llegó a su entrevista y por eso no entró al CUT?

―Sí, maestro; yo...

―Bien ‒me interrumpió‒, ya vete; sólo quería saber qué tan avanzado estaba mi Alzheimer.

_________________________________________

* Texto publicado, en parte, en Pasodegato No. 40 Enero / Febrero / Marzo '2010 por este egresado del Centro Universitario de Teatro de la UNAM, quien, siendo alumno de José Ramón Enríquez comenzó dizque a coordinar la RED@ctuar, colaboró con él en la asociación civil Teatro Hacia el Margen y torturó a algunos alumnos de la Escuela Superior de Artes de Yucatán con sus herencias joserramonianas; es decir, pánicas.

15 de julio de 2020

1M+2H/1B (X): El teatro de carpa -6.

Sesión 40 (la del próximo viernes). Día 128 de la pandemia de SARS-CoV-2; 248 desde el paciente cero en Wuhan, China, y 45 de la así llamada “Nueva Normalidad”.

~La herencia como equipaje~

Asomarnos al futuro del teatro de carpa es poner la mirada en una nueva diversidad de ramificaciones en este racimo/rizoma. A riesgo de que siempre nos falte recordar alguna experiencia, podríamos mencionar: aquellas carpas que todavía hoy mantienen abiertas sus puertas; las apropiaciones que hicieron, por un lado, grupos de teatro popular de la estética y la poética, digamos, carperas, entre los 70’s y los 90’s del siglo XX, y, por otro, colectivos y compañías de cabaret político a partir de los 80’s, y los abordajes que de manera aislada han desarrollado proyectos basados en investigaciones tanto teóricas como prácticas del teatro de revista y carpa.

• La Carpa Ofelia •

Instalada en el estado de Colima, donde la leyenda cuenta que Mario Moreno se soltó con una retahíla de palabras inconexas y absurdas hasta que un espectador le gritó desde el patio de butacas: “¡Cuánto inflas, mano!” y bautizar así al peladito más famoso del cine mexicano, la Carpa Ofelia, fundada hace poco más de 85 años por María de Jesús “La Chata” Rodríguez, levantó de nuevo el telón hace ya casi 30 años.

Dirigida actualmente por los hermanos Verónica y Antonio Cervantes Varela, nietos de “La Chata”, la Carpa Ofelia suele girar por los estados de Jalisco, Guanajuato y Michoacán; además del de Colima, que es donde tienen, por decirlo de algún modo, su base de operaciones; pero, antes llevaba su trabajo hasta Sinaloa, Sonora, Baja California e, inclusive, Estados Unidos.

Llegaron a Colima en 1959, cuando Adolfo López Mateos ocupaba La Silla del Águila y “El regente de Hierro”, Ernesto P. Uruchurtu, seguía asentando sus mojigatos reales en la Ciudad de México. No estarían solos, al parecer se fusionarían con la compañía de cómicos de la carpa de Adolfo Chaires “El Dengraciado Chupamirto”, que ya se había instalado en Manzanillo por lo menos dos años atrás.

• Teatro Regional Yucateco •

Al final de la década de los 60’s, Héctor Herrera “Cholo”, quien para entonces se había hecho de una carrera sólida en la Ciudad de México, regresaría a su natal Mérida, la de Yucatán, para fortalecer la Compañía de Arte Regional Popular dirigida por su padre, Mario Herrera Bates, y transformarla con base en una estructura muy similar a las comedias que de los Siglos de Oro en español pasaron al teatro novohispano y después a la revista, suplantando parte de la improvisación por texto escrito, añadiendo un prólogo a manera de las loas áureas y cerrando con bombas y jarana al modo de las mojigangas del siglo XVII; modelo que impuso gracias a su trayectoria a las siguientes generaciones de cómicos regionales que aún hoy mantienen, con no pocas diferencias, uno de los géneros chicos más longevos y adaptables de la escena popular.

En 2004, el que podríamos llamar Modelo “Cholo” dio paso a la creación de la Escuela de Teatro Regional Yucateco, única en su estilo. Actor, escritor, director y empresario, don Héctor decía que: “el empresario es el que posee el arte de saber venderle al público lo que necesita en ese momento, el director es el que ordena el objeto y el actor el que le da vida”.

De militancia priista toda su vida, casi al final de sus años Héctor “Cholo” Herrera aceptó ser candidato externo a la gubernatura de su estado que le ofreció un pragmático Partido de la Revolución Democrática (PRD), en medio de una desaseada selección que pasó por la propuesta de López Obrador de la candidata perredista fuera la ex panista Ana Rosa Payán; sin duda, ésa sería una de las últimas farsas en la que actuaría don Héctor… afortunadamente, al año siguiente filmaría Lake Tahoe (2008) bajo la dirección de Fernando Eimbcke y se reivindicaría como el gran artista que siempre fue al recibir el Premio Ariel a Coactuación masculina por su trabajo.

• Teatro Campesino •

En 1965, trabajadores filipino-americanos de la uva en Delano, California, militantes del Comité Organizativo de Trabajadores Agrícolas (AWOC, por sus siglas en inglés), se fueron a huelga protestando por años de mala paga y diversas condiciones de maltrato. Como parte de su lucha se acercaron a Dolores Huerta y a César Chávez, quienes tres años atrás habían fundado la Asociación Nacional de Trabajadores Agrícolas (NFWA, también por sus siglas en inglés), para invitarles a unirse a su huelga. Muy temprano, la huelga asumió estrategias de lucha propias de la no-violencia activa, lo que hizo que la apoyaran otros sindicatos, activistas de derechos civiles, activistas de las iglesias, estudiantes, latinos y otras llamadas minorías.

Entre quienes se acercaron al movimiento estuvo un joven de entonces 25 años que había nacido en el seno de una familia de campesinos de origen yaqui radicados en California. No obstante que trabajaba como peón, se había dado tiempo para hacer teatro y obtener una beca en la Universidad Estatal de San José, donde estudió inglés y literatura dramática, y, más tarde, se había unido a la compañía de teatro San Francisco Mime Troupe (conocido entre los teatreros chicanos como “San Pancho”) que desde finales de los 50’s hacía teatro callejero político. Con esa experiencia a cuestas, el joven Luis Valdez se ofreció a replicar la poética del “San Pancho” (llegar-representar-conmocionar-huir) a favor de la huelga en Delano, y concientizar a los trabajadores que no hablaban inglés de lo valioso de no esquirolear y sumarse a la huelga.

Así, en los files, nació El Teatro Campesino, cuya poética y estética teatrales se basó en dos géneros creados por Valdez: el acto y el mito. El acto, muy breve, de carácter satírico, se corresponde con la etapa de lucha política apoyando la huelga de la Unión de Trabajadores Agrícolas (UFW, por sus siglas en inglés), producto de la fusión entre el AWOC y la NFWA. El mito, más extenso, con énfasis especial en lo espiritual que incluye cierto culto a favor de la Virgen de Guadalupe y el vínculo con los pueblos originarios, se corresponde con la búsqueda identitaria del pueblo chicano.

Los actos, cuya intención fundamental era propiciar la acción política, estaban basados en la improvisación y fueron incorporando la danza, la música, las canciones populares como el corrido y diversas temas y motivos de la cultura popular mexicana; en especial, del teatro de carpa. Los mitos, donde Valdez retoma elementos de su herencia yaqui decantándose a las culturas nahua y maya, resignificarán diversos símbolos de pueblos originarios al empaparlos de contemporaneidad y vincularlos a la realidad de los migrantes de origen mexicano: las y los chicanos.

El acto y el mito, nos dice Edna Ochoa, serán dos formas teatrales que se irán combinando hacia la madurez dramatúrgica de Valdez, dando paso a nuevas expresiones; al fin y al cabo, como dijera el mismo Luis Valdez, “son cuates”: vienen de la misma matriz. Así aparecerá La Carpa de los Rasquachis, donde el pasado cultural mexicano se mezclará con el presente chicano en una amalgama donde el ritual, el corrido, el baile y la acción dramática dan vida a Juan Rascuachi, una suerte de pelado del teatro de carpa que llega a los Estados Unidos buscando fortuna para encontrarse con la miseria, la humillación y la muerte.

• CLETA •

En 1973, un grupo de estudiantes del otrora Departamento de Arte Dramático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), todos integrantes del Taller de Teatro dirigido por Aimeé Wagner, montaron bajo la dirección del argentino-venezolano Carlos Giménez una versión de Canto del fantoche lusitano de Peter Weiss a la que intitularon Fantoche. El montaje respondía a una solicitud de Luisa Josefina Hernández, directora del mismo Departamento de Arte Dramático, para que Giménez, contratado por el Instituto Nacional de Bellas Artes a instancias de Emilio Carballido, director de la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) para dirigir una puesta escena, lo hiciera también en la UNAM.

Héctor Azar, a quien llamaban “El Zar del teatro” porque despachaba lo mismo en el Departamento de Teatro de la UNAM que en su homónimo del INBA: las instancias productoras de teatro con dineros públicos más importantes del país, a pesar de haber dado carta verde a sus dos colegas, no dejó de entorpecer los apoyos al montaje en la UNAM; la cereza del pastel fue negarles el permiso para presentarse en el Foro Isabelino, entonces sede del Centro Universitario de Teatro.

Esto desató un conflicto que a la postre llevó a los integrantes del después Grupo Fantoche (Alfonso del Alba, Adolfo Alcántara, Victoria Brocca, Margarita Castillo, Daniel Galaviz, José Antonio Herrero, Inés Jácome, Alfonso Marroquín, Francisco Quintana, Mayra Rojas, Juan Stack, Carlos Téllez, Antonio Valderrábano, Gloria del C. Young, Alejandra Zea y Enrique Ballesté) a tomar el Foro Isabelino, exigir la renuncia de Azar y crear, junto con varios grupos de teatro independiente que acudieron a solidarizarse con ellas y ellos, el Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA).

A decir de Donald Frischmann, CLETA desarrolló un subgénero teatral al que bautizó como juguete cómico, que consideran hijo del sketch del teatro de carpa, para llevar a cabo su labor escénica de vinculación con la lucha política de grupos proletariados, campesinos e indígenas que compartían (o comparten) con la agrupación una perspectiva eminentemente crítica del sistema político y económico en México, y que abogaban por el cambio radical del mismo.

El cisma político, que propiciaría la salida de Héctor Azar y, a decir de Luis Moncada, el fin de una época dorada para el teatro de la UNAM, llevó a Héctor Mendoza a asumir ése mismo 1973 la jefatura del Departamento de Teatro y, entre sus primeras acciones, redefinió académicamente al CUT, el cual a partir de entonces fue diplomado de actuación y, más tarde… mucho más tarde… licenciatura; pero, esa es otra historia.

• Grupo Cultural Zero •

Expulsado de CLETA en 1974 bajo la acusación de haber instrumentalizado a la agrupación a favor de ciertas prácticas de clientelismo electoral del extinto Partido Socialista de los Trabajadores (PST), el Grupo de Teatro y Poesía Coral Mascarones se dividió en 1978 por la salida de sus integrantes más jóvenes, quienes buscando profesionalizarse en la búsqueda de una poética que les fuera propia se separaron de Mariano Leyva, director y pater familia de la compañía, y se rebautizaron como Grupo Cultural Zero.

Con su sede inicial en “La Tallera” de David Alfaro Siqueiros, en Cuernavaca, Morelos, las y los zeros desarrollaron una intensa actividad escénica que tendía sus ramas hacia el teatro chicano, al norte, y al teatro latinoamericano, al sur, como lo habían hecho siendo parte de Mascarones, y abrevaba de una línea genealógica que, por un lado, iba de la carpa mexicana a la commedia dell'arte, pasando por la legua de los Siglos de Oro español, y, por otro lado, iba de Seki Sano a Stanislavski, pasando por Meyerhold, y de Boal a Brecht, pasando por Dragún, Buenaventura o Del Cioppo.

Frischmann escribe que el grupo, si bien había incursionado en una variedad de formas teatrales, destacaba en una forma propia de teatro de revista carpero. En espectáculos de creación colectiva como La Carpa Zero, En la tierra del nopal o Como burro sin mecate, basada esta última en personajes creados por el monero maese de moneros Eduardo Del Río “Rius”, el grupo retomaba esta tradición, dándole toques originales, como su muy hábil utilización de las máscaras y los disfraces, y a través de ella da su perspectiva acerca de personajes de la vida social del México actual; funcionarios y vedettes, pelados y policías, amas de casa, figuras del hampa, vendedores ambulantes, artistas, ricos y pobres figuran en cuadros cuya comicidad frecuentemente responde a un humor negro que ofrece la risa como válvula de escape frente a situaciones aparentemente insuperables, a la vez que provoca la reflexión crítica.

No sorprendía, pues, que por su ingenio y por sus grandes cualidades humanas, a decir del mismo Frischmann, este grupo, en donde han participado actores y actrices como Rubén Dac, Rodrigo Ortega, Graciela Perdomo, Fernando Hernández, Marilyn McGee, Leo Chávez, Paulina Sahagún, Ernesto Seco, José Manuel Galván, Mario Vázquez, Sara Camacho, Eduardo López, Berta Alicia Macías, Arturo Torres o Silvia Pérez; entre otras y otros, fuera reconocido como digno representante del teatro de carpa y se hubiera colocado, junto a grupos hermanos como El Zumbón y El Zopilote, a la vanguardia del nuevo teatro popular e independiente de México.

• “Cachirulo” •

Actor, director, escritor y productor, Enrique Fernández Tellaeche, mejor conocido como Enrique Alonso y, sobre todo, por su nombre de batalla: “Cachirulo”, emprendió en los 80’s uno de los proyectos de rescate del teatro de revista y de la carpa más importantes de que se tengan memoria; no sería extraño que así fuera: además de haber sido aficionado al teatro de revista desde muy pequeño, acaso niño, Alonso debutaría en el teatro de manera profesional con la obra En la calle de Plateros hacia mediados de los 40’s (otras fuentes mencionan La temporada del recuerdo, en 1948), bajo la protección de la tiple María Conesa “La Gatita Blanca”, quien lo nombraría su heredero.

Muy pronto se decantaría por una forma especial del teatro de revista, propia de la primera de las tres tandas de la carpa, que presentaría obras para niñas y niños; así, fundaría el grupo Teatro del Pequeño Mundo, donde montó La princesa encantada, obra donde surgiría el sobrenombre de “Cachirulo”. En 1955, a la edad de 31 años, se iniciarían las transmisiones de su programa Teatro Fantástico, patrocinado por la fábrica de chocolates “La Azteca”, que años más tarde sería devorada comercialmente por la multinacional suiza Nestlé (arribada a México desde 1935) a raíz de la apertura que marcara el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés).

Con Teatro Fantástico, “Cachirulo” acercaría a las casas mexicanas por la vía de la televisión versiones teatralizadas de literatura infantil. Hacia los 80’s, con alrededor de 60 años de edad, llevó a cabo la que quizás sería su última cruzada cultural encabezando una intensa labor de rescate del teatro de revista y de carpa política, con obras como Dos tandas por un boleto (1985), La alegría de las tandas (1986), El futuro está pelón (1988) y Tandas 90. Por esos mismos años, 1981, para ser más exactos, Maruxa Vilalta publicaba Una mujer, dos hombres y un balazo; era la época en la que conducía unas pequeñas cápsulas literarias que se transmitían por el canal del Instituto Mexicano de la Televisión: Imevisión. Las cápsulas de la Vilalta podían ser vistas de lunes a viernes; los fines de semana, en cambio, “Cachirulo” intentaba relanzar su Teatro Fantástico. Años después, en 1992, Enrique Alonso reestrenaría su versión de la famosa zarzuela Chin-Chun-Chan, original de José Francisco Elizondo, rememorando el montaje en el que participara en 1948 al lado de las tiples María Conesa y Lupe Rivas Cacho.

• Teatro Cabaret •

Para muchas y muchos de quienes lo hacen, el cabaret es algo así como nieto de la carpa. Nació en plena (ésta sí sin comillas) Revolución Francesa; pero, se popularizó hasta pasada la mitad del siglo XIX por lugares legendarios con Le Chat Noir o el Moulin Rouge. Ya en el siglo XX, Berlín se convertiría en la capital mundial del cabaret hasta la llegada de Adolf Hitler. Disperso en la mayoría de los hoteles de prestigio de las grandes ciudades europeas y americanas, el cabaret perdió su carácter contestario hasta su reaparición un tanto cuanto innovadora y vanguardista en la Francia de los 50’s y 60’s… donde en nuestra (pro)puesta en escena ubicaremos el cuadro de “El té de los señores Mercier” de 1M+2H/1B.

En México, sus antecedentes están, por supuesto, en el teatro de revista y en el teatro de carpa, alcanzando su esplendor hacia los 50’s, década en la que “El regente de Hierro” arrasó también (y sobre todo) con los lugares que lo abrigaban (al cabaret, no al regente).

En los 80’s, artistas como Jesusa Rodríguez, Astrid Hadad, Regina Orozco o Tito Vasconcelos, o escritores como Germán Dehesa y Alejandro Aura, le resucitaron con una multiplicidad de influencias que van de la commedia dell’arte al stand up comedy, pasando por el deutsches kabarett, el clow y el performance, creando así una suerte de no-escuela de praxis cabaretera de la que surgirían cabareteres como “Las Reinas Chulas” (Marisol Gasé, Nora Huerta, Cecilia Sotres y Ana Francis Mor), “Las Hijas de Safo” (Isabel Almeida, Gabriela Gallardo y Brissia Yeber), Paola Izquierdo o César Enríquez; entre otres.

• Carpa “Huarachín” y “Huarachón” •

Más reciéntemente, los cómicos Juan y Aarón Campa, mejor conocidos como “Huarachín” y “Huarachón”, quisieron incursionar como empresarios en un modelo que supuestamente recuperaba la poética carpera; lo hicieron en conjunto con la otrora delegación (ahora alcaldía) Venustiano Carranza de la Ciudad de México. El objetivo: “dar un servicio de alta calidad a un precio accesible.”

La Carpa Huarachín y Huarachón, a decir de Aarón Campa “Huarachón”, buscaba ser un espacio que al mismo tiempo que convocaba a figuras famosas de la comedia de las pantallas chica y grande nacionales, como Mauricio Herrera, Tony Balardi, “Chuponcito”, Carlos Benavides o Pepe Arévalo, entre otros, diera cabida a artistas desconocidos pero con mucho talento que no encuentran dónde explotar (sic) sus habilidades.

Crearon una página güeb donde se podía consultar su cartelera; pero, al parecer, el proyecto hizo aguas, crearon una página en Feisbuc y en 2018, año en el que fallece el payaso Pedro Pedro, papá de ambos cómicos, dejan de producir nueva programación y se mudan a la televisión. El suceso, amén de que no parece haber sido sino un proyecto de instrumentalización partidista, no dejaba de ser interesante por el curioso gesto de que estos colegas intentaran hacer un camino a la inversa del que habían hecho entre los 40’s y 60’s aquellas y aquellos cómicos que, diríamos, son nuestros grandes faros en esta poética y esta estética. Queda allí para la anécdota.

• Tandas y tundas •

Bajo el lema “Tandas sobre el escenario y tundas fuera de él”, el actor Arturo Beristáin, nieto del gran cómico del teatro de revista y de carpa Leopoldo “El Cuatezón” Beristáin, emprende la puesta en escena del espectáculo Tandas y tundas, para presentarse en el Teatro Esperanza Iris, en una suerte de homenaje al quehacer escénico que prevaleció en ése mismo edificio entre finales del siglo XIX y principios del XX y del que, desde luego, es heredero por vía directa.

La zaga de las y los Beristáin, como la recogen, entre otros, Fernando Carrasco, comienza con los músicos Miguel y Joaquín Beristáin Bravo, hijos de Francisco Beristáin y Manuela Bravo. Miguel, nos dice Carrasco, tocaba el oboe hacia la primera mitad de la década del siglo XIX. Joaquín sería violoncellista desde los 17 años y entre 1837 y 1839 compondría su pieza más famosa: Obertura Primavera; fallecería a los 22 años de edad. Su hijo, Lauro Beristáin Ilizaliturri sería también músico: violinista, pianista, compositor y director de orquesta, que continuó con la tradición musical familiar y al que se le señala como autor de oberturas y zarzuelas. Sus hijos, Lauro y Joaquín Mucio, también serían músicos, y Leopoldo, mejor conocido como “El Cuatezón”, sería el iniciador de la tradición actoral de la dinastía Beristáin.

La trayectoria de “El Cuatezón” Beristáin, nos dice Carrasco, se inicia en el teatro popular, que, entre otras cosas, le ganó ser aprendido con todo el reparto de su obra por criticar al “Chacal” Victoriano Huerta. Tras su muerte, Luis, su hijo, tomará la estafeta con una filmografía de más de 40 películas entre las que recuerdo Él (1952) y El ángel exterminador (1962), dirigidas por Luis Buñuel, y Vainilla, bronce y morir (1957), realizada por Rogelio A. González. Sus hijos Francisco, Gabriel y Arturo abonarían a la tradición familiar con sus propias trayectorias; Gabriel, más como productor, y Francisco y Arturo, como actores.

La zaga Beristáin no termina aquí, desde luego. En lo personal, soy admirador del trabajo de Natalia, hija de Arturo y de la maestra Julieta Egurrola, como directora de cine. De ella he visto No quiero dormir sola (2012) y Los adioses (2017); quizás me asome a la serie Historia de un crimen: Colosio, que dirigió al alimón con Hiromi Kamata para Netflix.

Tandas y tundas, escrita por Judith Inda, Russel Álvarez y Gonzalo Blanco, es, pues, una puesta que va el reencuentro, no solo con la alta aristocracia porfirista que acudía a aquellos teatros de arquitectura francesa, o a los personajes populares de las carpas y jacalones que les eran contemporáneos; sino, también, un homenaje personal de Arturo Beristáin a la propia herencia familiar, una ventana a la tradición escénica mexicana compartida líneas arriba en esta apurada y groseramente resumida investigación.

• Por jodidos y hocicones… •

Tres veces becario del programa Creadores Escénicos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en la categoría de Teatro Cabaret, César Enríquez es considerado, a decir de sus boletines de prensa, uno de los principales creadores en el cabaret mexicano. Entre sus trabajos se destacan La Prietty Guoman, Petunia sola en Samborts, Eunucos, castratis y cobardis y Disertaciones de la Chingada.

Reciéntemente, Enríquez, heredero de la estética y la poética de los teatros de revista y, sobre todo, de carpa llevó a las tablas Por jodidos y hocicones mataron a los actores; una puesta en escena que coquetea genealógicamente con Ñaque o de pijos y actores, de José Sanchis Sinisterra; solo que, a diferencia de otros colegas que no pudieron resistir la tentación de acudir como Sanchis a Rojas Villandrado, evitó ponerle algún título que aludiera a la gangarilla, “compañía más gruesa (que ñaque) … van aquí tres o cuatro hombres, uno que sabe tocar una locura, llevan un muchacho que hace la dama (…) tienen barba y cabellera, buscan saya y toca prestada (y algunas veces se olvidan de volverla) … cobran a cuarto, pedazo de pan, huevo y sardina y todo género de zarandaja (que se echa en una talega); estos comen asado, duermen en el suelo, beben su trago de vino, caminan a menudo, representan en cualquier cortijo y traen siempre los brazos cruzados”… jodidos, pues, y hocicones, ni se diga.

Como en Ñaque, El Compita, El Compiadre y Este Güey, personajes de esta gangarilla del siglo XXI, no saben a ciencia cierta el porqué están allí, sobre el escenario, y se disponen a tratar de recordar los acontecimientos que les hicieron perder la vida… sí: están muertos. A medio camino entre el documental y el cabaret, Enríquez, Rodrigo Ostap, Eduardo Pueblo, quien alterna(ba) con Louis Montalvo, van asomándose a situaciones de la realidad política de su tiempo actual: el siglo XXI, con analogías a su tiempo anterior 100 años atrás. Así, inteligente, Enríquez hace una visita no antropológica a una teatralidad cuyo auge está cumpliendo su primer centenario de vida, y, espejo que se vuelve reflejo de sí mismo en una especie de bucle, logra revivir al teatro de carpa como revive a sus cómicos: efímera, pero asertivamente, para recordar aquello que dijera Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, por decirlo así, dos veces. Pero olvidó agregar: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa.”

POSTDATA: Colaboraron involuntariamente en estos apuntes torpemente pergeñados: Cecilia Sotres, Eduardo Contreras Soto, Armando de Maria y Campos, Luis de Tavira, Alfonso Morales, Alejandro Ortiz Bullé Goyri, Socorro Merlín, Miguel Ángel Alemán Torres, Roger Bartra, Carlos Monsiváis, Dora Alicia Carmona Dávila, Fernando Carrasco, Julio López, Luis Mario Moncada, Donald Frischmann, Edna Ochoa y Gabriel Ramírez.

14 de julio de 2020

1M+2H/1B (IX): El teatro de carpa -5.

Sesión (la de ayer) 39. Día 126 de la pandemia de SARS-CoV-2; 246 desde el paciente cero en Wuhan, China, y 44 de la así llamada “Nueva Normalidad”.

~ Al cine, de la carpa; a la carpa, de la gráfica popular ~

El Peladito y el amplio desfile de personajes y tipos populares que aparecían en la carpa y/o la revista, como El Teporocho, La Rumbera, El Catrín, El Payo, El Charro, El Fifí, El Genízaro, La Vendedora, La Criada, el Indito, El Licenciado, El Valedor, El Pendenciero, La China Poblana o El Gachupín, y las cómicas y los cómicos que les dieron vida: Roberto “El Panzón Soto” y su hijo Fernando Soto “Mantequilla”, Eduardo “Nanche” Arozamena, Mario Moreno “Cantinflas”, Agustín Isunza, Estanislao “Schilinsky” Bachanska, Manuel Palacios Sierra “Manolín”, José Antonio Espino Mora “Clavillazo”, Amelia Wilhelmy “La Guayaba”, Delia Magaña “La Tostada”, Germán Valdés “Tin Tán”, Adalberto Martínez “Resortes”, Fanny Kauffman “Vitola”; entre muchas y muchos otros, se habían ido incorporando a la industria del cine nacional.

Actrices como Amelia Wilhelmy y Delia Magaña, habían aparecido ya como “La Guayaba” y “La Tostada”, un par de comadres que permanecían siempre en estado etílico, en la zaga de filmes: Nosotros los pobres (1947), Ustedes los ricos (1948) y, si no mal recuerdo, Pepe “El Toro” (1953); sus personajes eran la clásica teporocha que Emilia Trujillo “La Trujis” había hecho famosa junto a tiples como María Conesa “La Gatita Blanca”, recordada por su belleza que admiraban Zapata y Obregón, y reconocida por ser la primera tiple que portaba el águila del escudo nacional en un traje de china poblana; o, Lupe Rivas Cacho “La Pingüica”, precursora de la revista de sátira política, retratada por Diego Rivera, famosa por usar atuendos originales que compraba a borrachos e indigentes para representar a sus personajes. Wilhelmy había sido “descubierta” por Roberto “El Panzón” Soto, quien la invitó a debutar en Así se gobierna, donde vestía de hombre para representar al polémico “Juan Mariguano”, atreviéndose a fumar marihuana en el escenario.

Ése año: 1953, fallecería de una embolia pulmonar la gran Mimí Derba, con quienes Wilhelmy y Magaña habían compartido set de grabación en Ustedes los ricos. Tiple famosa que entre muchas otras cosas fue amante del general Pablo González, autor intelectual de la emboscada en la que cayera asesinado Zapata en 1919, Mimí Derba había fundado Azteca Films y, al tiempo que era actriz de teatro de revista y de carpa, producía sus propias películas con guiones que también eran suyos y, desde 1917, se había convertido en la primera directora de cine en México con el filme La Tigresa.

Dos años más tarde, en 1955, fallecía en la Ciudad de México el actor, director, cantautor, compositor, guionista y otrora cómico de zarzuela, revista y carpa Joaquín Pardavé. Pardavé había llevado a la pantalla grande personajes de la revista y la carpa que estaban emparentados con los zanni mayores o los vecchi de la commedia dell’arte, particularmente con Beltrame (personaje que solía ser un marido engañado, que cree todas las mentiras que le dice su esposa; burgués o comerciante), pero en una versión edulcorada; como Cayetano Lastre (Ahí está el detalle, 1940), Jalil Farad (El baisano Jalil, 1942), Don Susanito Peñafiel y Somellera (México de mis recuerdos, 1943), Don Venancio Fernández (Los hijos de don Venancio, 1944) o Narciso Escalera (El Gran Makakikus, 1944).

Ella Fitzgerald y Louis Armstrong son, ya para entonces, dos abuelos que siguen grabando éxitos que se escucharán a lo largo de muchos más años, y Pérez Prado y Tito Puente ya hacen de las suyas. En el cine, películas como Los olvidados (1950), Susana (carne y demonio) (1951), Él (1952), La ilusión viaja en tranvía (1954), Ensayo de un crimen (1955), Nazarín (1959), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965), que se enmarcan en la etapa mexicana de la filmografía de Luis Buñuel, significarán un parte aguas en una industria que prácticamente estaba tomada por peladitos y charros cantores.

En literatura, Keroac, Burroughs, y Salinger van marcando pauta en las letras estadounidenses; Calvino, Matute, Asimov y Bradbury hacen más borrosa la frontera entre la ficción y la realidad, y escritoras y escritores como Goytisolo o Yourcenar habitarán la doble herencia literaria de una Maruxa Vilalta que para esas fechas: 1957, estaba publicando la primera de sus novelas: El castigo. A ella seguirían Los desorientados (1959), que un año más tarde ella misma adaptaría para teatro, iniciándose así como dramaturga y directora, y Dos colores para el paisaje (1961). A partir de allí, salvo algunas cuantas obras de narrativa breve y posteriores artículos periodísticos, Vilalta se decantaría por la dramaturgia casi totalmente.

Mientras tanto, en el mundo de la carpa que prácticamente se había mudado a la industria fílmica mexicana, uno de sus personajes más emblemáticos, si no es que el que más lo fue, basado en una tira cómica del dibujante Jesús Acosta “Dux” aparecida en el diario El Universal en la década de 1920: “Chupamirto”, estaría comenzando a sentar sus reales con el pantalón debajo de la cintura, una camiseta de dormir de manga larga, el pedazo roto de un chaleco y un pequeño sombrero hecho de papel.

“Chupamirto” inspiró los personajes de cómicos como el “Cuate Chon”, “Periquín Chicote”, “Clavillazo” (quien antes del mote que lo hizo famoso ya había usado los de “Chumiate”, “Pipiolo”, “Polydor”, “Clavo” y “Clavito”), “Resortes (Resortín de la Resortera)” y, desde luego, el mismo “Chupamirtos”, que representaba al ratero de Tepito con sus códigos lingüísticos tan particulares para evadir a la policía con su arte verbal pletórico de albures; un personaje que, más que de la autocrítica, se valdría de la autodenigración, y su gracia no sería su astucia, sino su propia torpeza.

Según cuenta la leyenda, un día enfermó José Muñoz Reyes, quien ya tenía como nombre cómico el de “Chupamirto”; alguien de la compañía recordó que afuera de la carpa un tipo vendía, al parecer, churros y lo imitaba, así que le pidieron que esa noche hiciera de él; el vendedor de churros, se dice, era Mario Moreno. Estanislao Schilinsky, escribe Gabriel Ramírez, recordaba que cuando llegó a la Ciudad de México en 1928, Muñoz Reyes era ya “Chupamirto”; por otra parte, Armando Soto la Marina, “El Chicote”, decía haber trabajado en una carpa por la zona de La Merced, donde una noche sustituyó a un compañero: “Lo que es la suerte; me dijeron que me vistiera de peladito y me prestaron camiseta, chaleco, peluca y cantaba una parodia, la única que me sabía.”

Así, “Chupamirto”, el personaje de las tiras cómicas, hizo de las carpas su caldo de cultivo y proliferó, cada quien usándolo para su propio provecho, cada quien ofreciendo su propia versión. Para comprender el fenómeno detrás de este hecho, quizás sea necesario remontarse a las postrimerías del siglo XIX, donde muchos estudiosos sitúan el nacimiento de la historieta en México, justo con el surgimiento de la prensa moderna. Si la carpa, en una cadena de relaciones, en un principio no fue sino la popularización del teatro de revista que se presentaba en escenarios elegantes; la revista, por su parte, en sus orígenes fue la representación escénica de un quehacer que en el siglo XIX había sido primero muchas veces periodismo, como puede corroborarse en la obra de Ignacio M. Altamirano o Ignacio Ramírez “El Nigromante”; no sería extraño que buena parte de sus primeros personajes surgieran de las tiras cómicas o los grabados de la prensa escrita.

Las primeras imágenes de la gráfica popular son producto de sentimientos como la angustia y la incertidumbre ante lo inexplicable; así como la moraleja tranquilizante y el humor dieron como resultado una especie de elixir liberador para un pueblo oprimido. Al principio, estas expresiones gráficas comenzaron cubriendo fines didácticos y adoctrinadores; pero, pronto se convirtieron en instrumento que documentó y exaltó el sentimiento de identidad nacional. Representó las costumbres, los paisajes y la fisonomía del pueblo mexicano.

Al integrar imagen y palabra como discurso narrativo, la caricatura política y la historieta contribuyeron a definir “lo mexicano”. El lenguaje gráfico fue el retrato vivo de la apariencia física y gestual del mexicano. Los textos escritos mostraron el ingenio de su palabra, coloquial y cuidadosa, siempre en el límite de la picardía y la expresión ingenua. De esta suerte, durante las tres primeras décadas del siglo XX la historieta se ganó un lugar en los diarios capitalinos, como la sección de los monitos, y guionistas y artistas gráficos dieron vida a personajes como Don Catarino y Don Mamerto, que más tarde, encarnados por actores de la talla de un Joaquín Pardavé o un Manuel Medel, llegaron al teatro de carpa.

Lo mismo sucedió con “Chupamirto”; sin embargo, nos dice Ramírez, Mario Moreno experimentó por esa época una metamorfosis con la que inició su prodigioso y sorprendente ascenso: “Había estado en tareas absorbentes y poco gratificantes de pequeño y relegado comicastro carpero; pero, en el Salón Mayab de la Plaza Garibaldi encontró su estilo: el lenguaje incongruente e intrincado donde las palabras no lograban ordenar con suficiente rapidez lo que cruzaba por su mente. La noche que tuvo que salir del paso e improvisar fue la noche: tartamudeó, dijo cosas ininteligibles y la respuesta del público definió al personaje que se volvió su segunda piel.”

Opacado por la trayectoria de “Cantinflas”; pero, a decir de muchxs, mucho mejor que él, Manuel Medel tenía 16 años cuando comenzó su trayectoria artística, en 1922. Ligado desde siempre a la carpa y al teatro popular, en la década de los 20’s Medel comenzó a llamar la atención con su caracterización de “Don Mamerto”, que traía un sombrero grande y pistolas; algo así como Il Capitano, de ser un vecchio, o un Scapino, de ser un zanni. Con una trayectoria sólida y exitosa, en los 30’s Medel pasó a formar, junto con “Cantinflas”, la pareja cómica del momento, estelarizando cintas como ¡Así es mi tierra! (1937), Aguila o sol (1938) y El signo de la muerte (1939). Pero, si bien la relación con “Cantinflas” fue en su momento provechosa, después de eso Medel nunca pudo sustraerse del todo de la sombra de su colega; así que después de esa relación, Medel hizo radio y se volvió empresario teatral: en 1947 se asoció con el italiano Américo Mancini en el Teatro Tívoli, que en esos años se erigió, junto con el Follies, en una de las catedrales del espectáculo popular en la ciudad.

Caso distinto fue el de Germán Genaro Cipriano Valdés Castillo, mejor conocido como “Tin Tan”; quien comenzó de barrendero, mandadero y ayudante en diversas tareas en la XEJ, radiodifusora de Ciudad Juárez. Una ocasión, según cuenta la leyenda, Germán tuvo el encargo de arreglar un micrófono y para probarlo se puso a improvisar e imitar a artistas consagrados de la época: los 30’s; ello le ganó que el dueño de la XEJ, Pedro Meneses, lo contratara como locutor. “El barco de ilusiones”, programa radial en el que trabajaba Germán haciendo del marinero Tobías, era todo un éxito cuando Meneses le pide, ya en 1938, representar un mexicano que se encuentra en Estados Unidos: “Topillo Tapas”; para lo cual don Pedro le compró un traje de pachuco de esos que Germán conocía perfectamente de más joven. Así lo conocerán Jorge Maulmer y su medio hermano, Edmundo Hernández Gijón, mejor conocido como Paco Miller, con quienes hará una gira que no le reportará ganancias ni éxito.

Empujado a tener que adoptar otro nombre artístico para no tener conflictos con otra pareja de cómicos: “Planillas” y “Topillos”, Germán aceptará a regañadientes bautizarse “Tin Tan” para el programa que se estrenaría el 5 de noviembre de 1943 en el Teatro Esperanza Iris, donde compartirá cartel con Agustín Lara, Tata Nacho, María Victoria, el trío Los Calaveras y Meche Barba; entre otros… reparto al que se integraría unos días después “Cantinflas”. De allí, la carrera de “Tin Tan” subió como espuma y comenzó a trabajar en la XEW, el Follies Bergere y el centro nocturno El Patio, junto a Marcelo Chávez, su carnal Marcelo.

Más pronto que tarde, “Tin Tan” y “El Carnal” Marcelo se trasladaron al cine, aunque no por ello dejaron de coquetear con los espectáculos nocturnos; pero, curiosamente, muy distinto a lo que se podría pensar, su carrera como actor de revista fue relativamente corta y, aunque se le considera uno de los grandes cómicos de carpa de los 40’s no hay referencias claras de que se le haya visto trabajar en alguno de aquellos jacalones que terciaban con los teatros afrancesados de la época. En cambio, en el celuloide la historia es otra: dejó más de 100 películas; además de 11 discos grabados, dos cortometrajes y dos doblajes para Walt Disney: el oso Baloo, para The Jungle Book (1967), y el gato O’Malley, para The Aristocats (1970).

En ese mismo 1970, en otro plano de la cultura, Maruxa Vilalta era galardonada con el Premio Juan Ruiz de Alarcón y el premio a la mejor obra en el Festival de Las Máscaras, celebrado en Morelia, Michoacán, por Esta noche juntos, amándonos tanto; obra de teatro en la que Vilalta retrata una pareja de casados, acaso ancianos, que ya no se soportan pero que, sin embargo, tienen como principal entretenimiento leer juntos una serie de recortes de noticias ya viejas en las que se alaba a los regímenes totalitarios, fascistas y “comunistas”, del siglo XX. El mismo premio, el Juan Ruiz de Alarcón, lo obtendrá dos veces más acompañado de otros muchos galardones por Nada como el piso 16 e Historia de él.

13 de julio de 2020

1M+2H/1B (VIII): El teatro de carpa -4.

Sesión (la de hoy) 39. Día 125 de la pandemia de SARS-CoV-2; 245 desde el paciente cero en Wuhan, China, y 43 de la así llamada “Nueva Normalidad”.

~ El sketch, entre Ba-ta-clán y Maximato ~

Popular en la primera mitad del siglo XX, el teatro de género político gustaba a la población tanto que los autores no se daban abasto escribiendo obras; sin embargo, hubo un paréntesis cuando en febrero de 1925, con Zapata, Carranza, Villa y Flores Magón ya asesinados y Calles en La Silla del Águila recién calentada por Obregón, la compañía de revistas francesas Ba-ta-clán, dirigida por Madame Berthe Rasimi, llegó a México debutando en el Teatro Esperanza Iris para presentar un espectáculo de revista tal y como lo hacían los franceses: con juegos de luces, música alegre y mujeres sin mallas desfilando por la pasarela para el regocijo de los espectadores. La gente gustó tanto de esta atracción, que la representación de la revista y la carpa políticas se detuvo por un momento hasta que la fiebre bataclanesca pasó de moda.

Por otro lado, al grito de: “¡Viva el mole de guajolote!”, los estridentistas, que ya se habían dado a conocer a raíz de su primera exposición en la inauguración de El Café de Nadie en abril de 1923, seguían haciendo de las suyas. En sus filas se identificaban a escritores como Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Salvador Gallardo, Humberto Rivas, Luis Ordaz Rocha y Miguel Aguillón Guzmán, o artistas plásticos como Fermín Revueltas, Leopoldo Méndez, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal, Xavier Guerrero, Máximo Pacheco, Germán Cueto y Guillermo Ruiz. En “la acera de enfrente” estarían Jorge Cuesta, José Gorostiza, Roberto Montenegro, Salvador Novo, Gilberto Owen, Manuel Rodríguez Lozano, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia y Antonieta Rivas Mercado; entre otros, bajo diversos nombres, el más conocido: Los Contemporáneos.

Mientras tanto, Maria Soteras i Mauri, después de abandonar la carrera de Filosofía y Letras, se graduaba de la carrera de Derecho, en la Universidad de Barcelona, siendo la primera mujer en lograrlo; es el año de 1926. Un año después, Soteras se convertiría también en la primera mujer en ingresar al Colegio de Abogados de Barcelona y, más tarde, sería la primera mujer doctorada en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Desde 1927, Maria montaría su propio despacho junto con el también abogado Antoni Vilalta i Vidal, egresado igual en 1926 de la Universidad de Barcelona.

En México, con La Gran Depresión de 1929, ya asesinado Obregón y el abuelo del PRI: el Partido Nacional Revolucionario (PNR) fundado, los grandes teatros comenzaron a cerrarse o a convertirse en cines debido a los altos costos de manutención, lo que llevó a los empresarios teatrales a inclinarse de nuevo por las carpas, por ser éstas más rentables y con menos inversión. Tras el crack del ’29, el blues daba su primeros pasos para disputarle el estrellato de la década a Fred Astaire e Irving Berlin, por un lado; a Marlene Dietrich, por otro, y a Carlos Gardel por otro más: cuatro formas musicales que a la par del teatro de revista y la carpa en México, acusaban ciertos aires de forzada felicidad o de plena nostalgia por decir lo menos.

A partir de 1931, ya con Pascual Ortiz Rubio como gerente del Maximato (período de 10 años que va de 1924 a 1934, en los cuales Plutarco Elías Calles gobernaba tras la Silla del Águila, por encima de los presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez; considerados sus títeres políticos), se introduce el sketch al teatro de carpa, cambiando radicalmente su estructura y acercándolo al lazzi de la commedia dell’arte. No obstante, si bien este recurso sería de gran ayuda para las y los cómicos, pues, podían actuar en varias carpas el mismo día, terminó restándole importancia al libreto y le abrió la puerta a la contratación de más números de variedad, como cancioneros, actos de circo, duetos, tríos, monólogos y otras diversiones que se insertaban en los cuadros de la revista.

De esta forma, nos dice Alemán Torres, el sketch llegó a ser el número más versátil de las atracciones dentro de las carpas y poco a poco se fueron dejando de lado los asuntos políticos, ya que los empresarios, por una parte, adecuaron el espectáculo según la demanda teatral de un público que dejó de gustar de los temas políticos y prefirió divertirse con espectáculos con otro sentido y, por otra parte, procuraban llevar una buena relación con las mojigatas administraciones del Maximato, a fin de obtener concesiones en el pago de impuestos y en los permisos para representar un tipo de espectáculos donde las tiples ya estaban siendo sustituidas por provocativas y exóticas rumberas, como María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Meche Barba, Rosa Carmina o Tongolele, y la carpa misma comenzaba su mudanza hacia una industria cinematográfica nacional que, aprovechando las crisis de sus pares en Estados Unidos y Europa, crecería como espuma.

En cierta medida, muchos autores y actores se volvieron apáticos y se perdió la capacidad de improvisación, los libretos fueron cada vez más simbólicos con el auge del sketch, que no tenía mayor complicación. En consecuencia, la revista poco a poco se fue despolitizando para ir adquiriendo un tipo de tono basado en los sentimientos, dando paso, así, a la revista romántica; ésta y el teatro de variedades, terminarán dándole el tiro de gracia a la revista política. Asimismo, el público se fue volviendo más sumiso y, paralelamente, la industria del espectáculo se empezó a institucionalizar (como el partido oficial) por medio del cine, la radio y la televisión.

Durante la década que duró el Maximato, la censura de la vida pública se volvió moneda corriente y la figura presidencial se volvió intocable, como lo era con Díaz no, no había youtubers que le llamaran “Chocoflán” al hijo del presidente, pero también se hubieran quedado sin trabajo por lo menos. La censura, desde luego, no era una novedad: en 1921, siendo presidente Álvaro Obregón, se había creado en el Ramo de Diversiones del Ayuntamiento un Departamento de Inspección Cultural y Artística que se encargaba de informar al Ayuntamiento sobre la calidad de los espectáculos antes de ser exhibidos públicamente; ése mismo año, un inspector reportó una obra que consideraba indecente por su contenido comunista.

Un caso de censura, digamos, emblemático de este período es el del escritor Carlos G. Villenave. Villenave, junto con Roberto “El Panzón” Soto (quien aprovechaba su fuerte parecido con el líder sindical Luis N. Morones para parodiarlo), había recibido de manos de Álvaro Obregón 8 mil pesos (El “Panzón” Soto, recibió 5 mil) como “reconocimiento” por el apoyo que había dado a su campaña de reelección. Más tarde, el mismo Villenave estrenaría en el Teatro Lírico La concha madre, cuyo personaje principal era la así llamada Madre Conchita, supuesta autora intelectual del asesinato del propio Álvaro Obregón en 1928. Tiempo después, mientras José Moreno Ruffo estrenaba Naipes políticos en el Teatro Lírico con personajes como: Cyrano de Villa Real (Antonio Villareal), Según te Portes Gil (Emilio Portes Gil), Vas con celos y vienes con ambiciones (José Vasconcelos) o El Rubio Pascual (Pascual Ortiz Rubio), con un Joaquín Pardavé haciendo de un General Calles que siempre ganaba las partidas, Carlos G. Villenave estrenaba La hora de renunciar con motivo de la renuncia a la presidencia de Pascual Ortiz Rubio; ¿resultado?: durante la presidencia de Emilio Portes Gil, Villenave, junto con los también escritores Rodolfo el “Chamaco” Sandoval y Juan Díaz del Moral, fue expulsado del país.

Cuando la represión no funcionaba, pues, el público no pocas veces defendía a sus cómicos y tiples, el régimen buscaba cómo instrumentalizarlo a su favor; práctica que continuará hasta nuestros días. En 1929 se había creado un programa de teatro popular denominado “Recreaciones Populares del Departamento del Distrito Federal”, que consistía en llevar espectáculos a zonas marginadas o populares de la ciudad mediante el establecimiento de una gran carpa donde se representaban obras como Obreros y Oro Negro, de Francisco Monterde. En 1933, el presidente Abelardo L. Rodríguez ordenó realizarse allí una “Feria Nacionalista” para ofrecer, literalmente, distracciones populares y tender una cortina de humo que intentara tapar el descontento popular que se expresaba en diversas huelgas de trabajadores de la época; así, el último gobierno del Maximato convocaría allí a todas las carpas de la Ciudad de México, al igual que todo tipo de diversiones callejeras, para establecerse a lo largo de la Alameda Central, hasta el Zócalo.

Unos meses antes, el 28 de septiembre de 1932, nacería en Barcelona Maria Vilalta Soteras, llamada de cariño: Maruxa, hija única de Maria Soteras y Antoni Vilalta; entonces juristas integrantes de la Junta del Colegio de Abogados de Barcelona y, para esas fechas, militantes de la izquierda catalana. El mismo Vilalta había participado el año anterior en la Conferencia de Izquierdas Catalanas que dio paso a la fundación, en marzo de 1931, del partido Izquierda Republicana de Cataluña, y había sido elegido concejal del ayuntamiento de Barcelona. El 14 de abril de ése mismo año sería proclamada la Segunda República Española y, en Cataluña, el padre de Maruxa presidía las comisiones de Fomento, de Cultura y de Hacienda como concejal. No sería extraño que durante la Segunda República fuera quien elaborara el primer presupuesto del Ayuntamiento de Barcelona.

~ ¿Un bolchevique en la presidencia? ~

1934. En Europa, Hitler ocupaba desde 1933 la cancillería del gobierno alemán y afianzaba el poderío del Tercer Reich tras el incendio del Parlamento, que le serviría de pretexto para desatar la represión a los sindicatos obreros de izquierda; cancelar las libertades de opinión, de asociación y de prensa; perseguir a comunistas, anarquistas y socialdemócratas; boicotear comercios, fábricas, bancos y editoriales judías; prohibir que judíos, afrodescendientes y homosexuales ejercieran como funcionarios, abogados, notarios, periodistas y médicos, y quemar frente a todas las universidades alemanas aquellos libros considerados revolucionarios u opositores al régimen nazi.

Antoni Vilalta, padre de Maruxa, ha abandonado Izquierda Republicana de Cataluña (ERC, por sus siglas en catalán) para formar el Partido Nacionalista Republicano de Izquierda. Ése mismo 1934, Antoni sería nombrado presidente del Consejo Directivo de la Unión de Municipios Españoles; sin embargo, ante el asalto al poder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) tras los llamados fets del sis d’Octubre, la familia Vilalta Soteras se autoexiliaría en Paris, Francia, para volver a Cataluña un año más tarde.

En 1936, Antoni Vilalta se reintegraría nuevamente a Izquierda Republicana de Cataluña. Durante los primeros meses de ese año, la polarización entre la izquierda revolucionaria y la derecha fascista españolas, pasando por una izquierda moderada, una derecha republicana con un centro anticlerical y una derecha de fuerte componente católico y pro monárquico, fue in crescendo.

En México, el entonces presidente Lázaro Cárdenas ha puesto un “hasta aquí” al Maximato, haciéndole a Calles una oferta que no pudo rechazar: o se iba al exilio, o lo mandaba fusilar. Con el “Jefe Máximo” fuera del país, Cárdenas vio necesario fortalecerse atrayendo para sí a los sectores de la clase trabajadora sin que ello significara dejar de negociar con los de la burguesía que, a pesar de la nacionalización de los trenes, el reparto agrario de 18 millones de hectáreas a la clase campesina (que, por razones productivas, reconstituyó al ejido), la misma expropiación petrolera y la llamada educación socialista, estuvieran dispuestas a caminar junto a su gobierno.

La estrategia de Cárdenas fue desbaratar la estructura callista del PNR, afianzada en partidos locales que daban fuerza a cacicazgos políticos en distintas regiones del país, y lo sectorizó corporativizando (valga la expresión) a las fuerzas organizadas obreras, campesinas, populares (incluyendo a las mujeres) y militares. Las y los trabajadores del teatro no se escaparon de formar parte del sistema corporativo cardenista y la Unión de Artistas de Variedades y Similares, integrada por actores y empresarios, donde también participaban músicos de las carpas, utileros, teloneros y los famosos “gritones”, se unió con la Sociedad de Actores y en 1934 fundaron la Asociación Nacional de Actores (ANDA).

La sectorización cardenistas del rebautizado Partido de la Revolución Mexicana (PRM), el papá del PRI, si bien parecía arrinconar a la “burguesía revolucionaria” al interior del partido de Estado, la potenció, justamente, en los cacicazgos regionales que esperarían a que la historia nacional le diera vuelta a la página del cardenismo; pero, mientras eso ocurría, Cárdenas se dio a la tarea de integrar en su administración a las fuerzas de la burguesía menos reaccionaras (o que se cuidaron de mostrarse como tales) reestructurando, para decirlo con Doralicia Carmona Dávila, los intereses del sector privado mediante su agrupación en cámaras de comercio e industria: la Confederación Nacional de Cámaras de Comercio (Concanaco) y la Confederación Nacional de Cámaras de Industria (Concamin), con afiliación obligatoria. Así demostraba que no era su enemigo, amén de que no se negaran a participar en la construcción del México moderno.

De esta suerte, capitalistas no nada más nacionales, sino también extranjeros, como el empresario azucarero y todopoderoso de la industria cinematográfica en México, William O. Jenkins; el empresario de la industria manufacturera, fundador de la México Golf Association (hoy, Federación Mexicana de Golf) y dueño del exclusivo Country Club, Harry Wright, y el banquero Carlos Trouyet, principal promotor de la mexicanización de Teléfonos de México (no por nada lo llaman el Slim de los 60’s); siempre pudieron disfrutar de la buena disposición del gobierno cardenista.

Paralelamente, vendrían las creaciones de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), que aglutinó múltiples sindicatos nacionales de industria y gremiales, como el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), al cual estaba afiliada la ANDA, y federaciones municipales de trabajadores; de la Confederación Nacional Campesina (CNC), que integró ejidatarios, comuneros, solicitantes de tierra, asalariados y productores agrícolas, y de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE), que junto con el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (que reunía a 800 organizaciones de mujeres de todo el país con cerca de 50 mil integrantes de diversas posturas ideológicas con un objetivo común: conquistar el derecho a votar y ser votadas) dio paso a la creación del sector popular. Y, como broche de oro, las integró al PRM junto con el Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina, a las cuales hizo mejoras en la paga, las condiciones de trabajo y el armamento.

Fue así como, siguiendo a Carmona Dávila, el cardenismo vinculó a las masas de trabajadores del campo y la ciudad con el gobierno para que le sirvieran de respaldo y contrapeso frente a las fuerzas de la burguesía nacionales y extranjeras contrarias a su proyecto de nación: en un país casi analfabeto y sujeto fuertemente a la influencia de poderes fácticos conservadores intocados por la guerra civil, para el cardenismo fue inconcebible abrir los cauces de la democracia electoral, pues, desde su interpretación eso hubiera significado (como ocurrió en la España del 33, donde el voto femenino se inclinó por la derecha) el derrocamiento por la vía del voto libre de las fuerzas de la burguesía que, como Cárdenas mismo, habían ganado la “Revolución Mexicana” y detentaban el poder.

En lo que al teatro de carpa toca, Cárdenas favoreció su desarrollo ya que las consideraba espacios benéficos para el entretenimiento de la población, debido a lo cual les concedía permisos sin demasiados trámites: “Bastaba encontrar un terreno baldío y tener con qué construirla, para montar una (
) El general sabía la importancia que tenía la carpa como espacio en donde se reunía el pueblo de pocos recursos de la Ciudad de México y la protegía”, recoge Alemán Torres. Incluso se cuenta que el presidente era admirador del actor Chicotito, por lo que le regaló una gran carpa. Así, dentro de la ANDA las diferentes especialidades carperas se distribuyeron de acuerdo con las secciones existentes en la asociación, como cantantes, payasos, cómicos; entre otros puestos. De esta suerte, al estar integradas al sistema corporativo, las carpas no manifestaron grandes críticas al régimen.

Durante el gobierno cardenista, los autores escribían obras que enaltecían al gobierno del presidente, como San Lázaro el milagroso, representada en 1936 por Cantinflas en el Teatro Follies. Otras fueron: El tenorio rojinegro, Un bolchevique en la presidencia y Laza los cárdenos. Ese mismo año, con Plutarco Elías Calles expulsado del país, se estrenaron: Dinamita a don Plutarco, La huelga de Calles, Se solicitan callistas, El jurado de Calles y El judío errante, ésta última de un retornado Carlos G. Villenave, donde Roberto “El Panzón” Soto apareció en el papel del judío Plutón Elías.

En la radio, junto al bolero, sonaban Cab Calloway, Cole Porter, Gold Diggers, Bing Crosby y la orquesta de Benny Goodman; mientras una Judy Garland jovencísima seducía al respetable con Somewhere over the Rainbow. En los centros nocturnos, el swing, que en México tenía en Adalberto Martínez “Resortes” a uno de sus más grandes ejecutantes, se disputaba la pista con el mambo y el cha-cha-chá. Ante la avanzada de los fascismos en Europa, que en España obtendrían carta de naturalización gracias al posterior reconocimiento que Estados Unidos, Francia e Inglaterra hicieran del gobierno franquista, cineastas como Joris Ivens, John Grierson, Leni Riefensthal o Pare Lorentz se daban a la tarea de hacer del celuloide un medio también para hablar de la realidad histórica y política de su tiempo. En las letras, escritores como Federico García Lorca, asesinado por el franquismo, o Lu Xun, en China, o Takiji Kobayashi, en Japón, o Ágatha Christie, en Inglaterra, o Máximo Gorki en la incipiente Unión Soviética, volteaban la mirada a ambos lados de la ficción y la realidad.

Entre tanto, en México, ya desde 1935 la calle San Juan de Letrán había sido ampliada para iniciar su conversión en el primer eje vial que transfiguraría la capital; con dicha ampliación vinieron los derrumbes de muchas casonas y vecindades y en muchos de los predios baldíos se instalaron nuevas carpas que serían enaltecidas y apoyadas por lo doble política popular y corporativista cardenista. Nombres como Teatro Colonial, El Salón Rojo, La Ofelia, El Salón París, La Principal, La Procopio; entre otros, se volvieron parte del lenguaje y el paisaje urbanos desde la Plaza de la Constitución hasta Salto del Agua. Y, como cereza en el pastel, se abrirían las puertas del Palacio de Bellas Artes al teatro de revista, para que Roberto “El Panzón” Soto presentara Rayando el sol con su compañía teatral y llenara, a decir de él, el “jacalón de mármol”.

Del otro lado del charco, las cosas se habían ido poniendo cada vez más mal. Cataluña había caído ya en manos del bando sublevado (léase, los fascistas) y gracias a la complicidad de Gran Bretaña y Francia para con el franquismo y al apoyo de Alemania e Italia a “los nacionales”, la República Española había llegado a su fin y el ascenso de Francisco Franco como “Generalísimo” y “Jefe del Estado Español”, títulos en los que se había autoproclamado desde 1936, se había consolidado. En respuesta, el gobierno de Cárdenas abrió sus puertas para recibir a miles de refugiados republicanos españoles. Fue así como Antoni Vilalta y Maria Soteras, a quien el franquista Tribunal de Responsabilidades Políticas inició el juicio en su contra acusándola de “conducta detestable respecto al GMN (Glorioso Movimiento Nacional) siendo de ideas izquierdistas y militando en el partido Esquerra Catalana”; de, en lugar de ejercer su profesión, dedicarse “exclusivamente y con gran anhelo a la propaganda rojo-marxista”, y, junto con su marido, de haber regalado una casa y 173 mil pesetas a “los rojos de Cataluña”; fue así, decíamos como Antoni y Maria, con la pequeña Maruxa de siete años, se trasladaron al puerto de Amberes, Bélgica, para partir a Nueva York, Estados Unidos, y de allí viajar a México: el 21 de noviembre de 1939 lograron atravesar la frontera por Nuevo Laredo; un año más tarde, los tres obtendrían la nacionalidad mexicana.

~ La “revolución” institucionalizada ~

Al final del gobierno de Cárdenas se estrenaría Los últimos días de Nerón, como si fuera –a decir de Alemán Torres– el final de un régimen benévolo a la población. Con la llegada de Manuel Ávila Camacho, los autores volvieron a derrochar la tinta sobre los acontecimientos políticos, confiados de que en el gobierno cardenista habían gozado de libertad de expresión, así fuera porque el discurso revisteril fuera benéfico al mismo régimen; pero, se encontraron con las medidas represoras de la nueva administración.

Durante la campaña de Manuel Ávila Camacho, el compositor de revistas teatrales Manuel Castro Padilla fue golpeado por un grupo de avilacamachistas al finalizar la revista La razón de la pistola, de Ortega, Prida y Castro, representada en el Teatro Lírico. Castro Padilla murió días después debido a una pulmonía y probablemente por las consecuencias de la golpiza recibida.  El 1 de diciembre de 1940, Ávila Camacho asumiría la presidencia de la República, y, de alguna manera aquel incidente sería una prueba de la intolerancia que le esperaba a la revista política durante su mandato.

Ése mismo 1940, Maruxa cumpliría 8 años de edad y adquiriría junto con su madre y su padre la nacionalidad mexicana. Desde el arribo a México de la familia Vilalta, la pequeña Maruxa sería inscrita para estudiar en el Liceo Franco Mexicano, ubicado entonces en el número 193 de la calzada Melchor Ocampo, en la colonia Verónica Anzures de la otrora delegación Miguel Hidalgo; Ciudad de México. Fundado apenas unos tres años atrás, en 1937, por integrantes de la colonia francesa en México interesados en conservar y transmitir a las nuevas generaciones, la historia, la cultura y los principios de la educación francesa, el Liceo Franco Mexicano sería  la “casa de estudios” de Maruxa hasta su ingreso a la Universidad Nacional Autónoma de México, a principios de la década de los 50’s, donde estudiará la carrera de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

Un personaje que ilustra perfecto la represión a la revista y al teatro de carpa en aquella época y que contrasta con el estilo de vida de nuestra autora, es Jesús Martínez “Palillo”: “Escogí la crítica política porque siempre fui un hombre de acción y de conciencia, y porque es un género que invita a la gente a ser más despierta; nuestro pueblo se acostumbra a él y comprende mejor esa crítica hecha con ironía, sarcasmo y humorismo que la que pretende ser seria y pomposa”, explicaba un “Palillo” de quien se dice tenía que cargar con un amparo en la bolsa porque cada vez que terminaba una función un policía lo esperaba en la puerta del teatro para llevarlo a la cárcel; dedicarse a la crítica política le costó ser encarcelado en 11 ocasiones y visitar nueve veces el hospital.

En 1946, durante la campaña presidencial de Miguel Alemán, las revistas de carácter político únicamente se representaron en el Teatro Lírico. La realización de obras de este género comenzó a disminuir, lo cual se relacionaba –nos dice Alemán Torres– con el gusto por el nuevo teatro de variedades y la revista romántica: la población ya no deseaba ver acontecimientos políticos en el escenario. Durante ese año no se registraron revistas con temas políticos en alguno de los teatros de la ciudad; la consolidación del aparato corporativo y la hegemonía de los regímenes posrevolucionarios habían ganado la batalla despolitizando al teatro, como medio de control sobre las diversiones públicas.
  
Una de las últimas revistas políticas que se realizaron fue El cuarto poder, estrenada en el Teatro Lírico en 1948; ocasionó tal escándalo que se mandó a cerrar el teatro por órdenes del jefe de la Oficina de Espectáculos haciendo uso de la fuerza pública. Al instante se reunieron en asamblea los integrantes de las agrupaciones sindicales del gremio teatral: Asociación Nacional de Actores, Unión de Autores, Unión de Apuntadores, Unión de Representantes y Organizadores de Espectáculos, Sindicato de Compositores, Unión de Empleados; entre otros, y acordaron un cierre total de todas las salas de espectáculos como protesta por la clausura. Las autoridades argumentaron que se clausuró el recinto porque los empresarios se negaban a quitar de la representación los contenidos obscenos y permitir que en otras funciones de la temporada la exótica Yara bailara casi desnuda ah, y por uno que otro contenido político en la obra.
  
Cerraba, así, una década que había visto a la humanidad enfrascarse en uno de sus episodios más terribles y en las artes escénicas, incluyendo la música, lo mismo que en las visuales y las letras, predominaba un aire que en medio de la profunda desolación buscaba aflorar una sonrisa, acaso más burlona que complaciente. En la radio Frank Sinatra cantaba I’ll never smile again; Woody Herman compartía decibeles con Louis Jordan y la orquesta de Glenn Miller; en las voces femeninas Edith Piaff, Amália Rodrigues y Ella Fitzgerald daban la nota principal; las voces masculinas se completaban con Daniel Santos, Nat King Cole o Yves Montand y, mientras, el swing y el jazz seguían dominando casi por completo las pistas y los centros nocturnos norteamericanos. En España, la copla asentaba sus reales; como lo hacían la chanson, en Francia; el fado, en Portugal; la samba, en Brasil, y, por supuesto, la canción ranchera en México gracias a la enorme promoción de la industria cinematográfica. En las letras, Sartre, Camus, Waltari, Cela, Andric, Buero Vallejo, Jenet, Jarry u Orwell son algunas de las plumas más predominantes y, también, más reveladoras y dolorosas.

Con Adolfo Ruiz Cortines en la presidencia y Ernesto P. Uruchurtu en la jefatura del Departamento del Distrito Federal, se atacó todo aquello que al llamado “Regente de Hierro” le pareciera inmoral. No sería extraño, entonces, que combatiera a los teatros de carpa y revista, así como prohibió los desnudos en escena y en las películas, y decir piropos y besarse en la calle. Los horarios de cantinas, cabarets y salones de baile, disminuyeron en muchos casos; en otros tantos, como el Salón México, se ordenó su cierre definitivo. Varios barrios fueron borrados del mapa y, con ello, se acabaron los puestos y la vendimia en la calle, cerraron varios restaurantes y cafés, y las carpas trashumantes bajaron el telón.

Si se pretendía continuar con el teatro de revista éste tendría que hacerse en lugares establecidos, como los teatros Margo Su (que más tarde sería el Blanquita), Tívoli (demolido en 1963 para darle paso a la prolongación del Paseo de la Reforma), Lírico, Cervantes o Follies Bergere (demolido en 1972 como parte de las obras de ampliación del Eje Central Lázaro Cárdenas y la Plaza Garibaldi). Así, las carpas de los estados, como La Ofelia (donde se cuenta que nació el personaje de “Cantinflas”), instalada en el occidente del país, fueron las que recogieron la batuta de viajar en medio de la dificultad que significó el que el público empezara a gustar de otras formas de ocupar su tiempo libre.

Simultáneamente, el boom de la radio y, poco después, el de la televisión, cerrarán la pinza que terminará por ahorcar al teatro de carpa; lo cual le venía perfecto a un sistema de partido de Estado que ya con el nombre de Partido Revolucionario Institucional (PRI) buscaba controlar a la población por todos los medios a su alcance y “entretenerla” sin darle la oportunidad de pensar y, mucho menos, criticar el ejercicio del poder.

11 de julio de 2020

1M+2H/1B (VII): El teatro de carpa -3.

Sesión (la de ayer) 38. Día 123 de la pandemia de SARS-CoV-2; 243 desde el paciente cero en Wuhan, China, y 41 de la así llamada “Nueva Normalidad”.

~ La carpa, commedia dell’arte mexicana ~

Hemos llegado, en nuestra grosera (por reducida y apurada) investigación dramaturgística, al momento bisagra entre el pasado y el presente de la carpa; estamos en lo que para muchxs investigadorxs es la cumbre de un tipo de escena, ora género, ora estilo, ora tono, que habiéndose derivado del teatro de revista que ya tenía presencia en las tablas mexicanas desde finales del siglo XIX, estuvo emparentado con sus contemporáneos: el vaudeville (voix de ville: voz del pueblo) estadounidense, el cabaré francés, el kabarett alemán o el music hall británico.

Se trataban de espectáculos dramáticos y satíricos enfocados en el entretenimiento que parodiaban fragmentos de obras clásicas y hacían burlesque (término derivado del italiano burlesco: “broma”; conocido también como extravaganza o travesty, su forma más fársica) y cabaret de temas sociales y, principalmente, del comportamiento de la aristocracia y el código de etiqueta de la época victoriana, centrándose en un personaje femenino interpretado por actrices de gran belleza y talento: la vedette, en números dedicados a la clientela masculina heterosexual con escenas eróticas que incluyeron no pocas veces a un elenco también drag (queen y king).

No obstante, la carpa pareció mantener una línea de parentesco más directa con su abuela: la commedia dell’arte italiana, que con sus primas y primos de otros países; por lo menos en lo que a la tradición actoral tocaba. De esta suerte, en personajes como El Peladito, La Criada, El Pendenciero e, inclusive, El Indito, podemos observar rasgos de los zanni; al igual que en El Catrín, El Genízaro, El Gachupín o El Licenciado podemos descubrir a los vecchi o magnifici; mientras en El Payo o La China Poblana, vemos colarse a los y las innamorati. No se trata, desde luego, de un plagio; la fuente de la que emanan estos y otros personajes, como los simples y graciosos de los Siglos de Oro en español, es la misma: el pueblo. Como dijera mi hijo: lo heredaron, no lo hurtaron.

La comedia italiana, pastoril como sus contemporáneas: la española, la inglesa, la francesa o la alemana, había surgido aproximadamente hacia el siglo XV; pero, tendrá su máximo desarrollo en los siglos XVI y XVII, y no será sino hasta el XVIII que adquirirá el título de commedia dell’arte a cabalidad. Se caracterizaba por tener obras que disponían de tres actos; lo que posteriormente Lope de Vega prescribirá en El arte nuevo de hacer comedias (dejando atrás la estructura de cinco actos que caracterizaba, por ejemplo, a los dramas de Shakespeare y Cervantes) y que mucho más tarde heredarán también el teatro de revista y de carpa con sus tres tandas (la primera, entre las 4 o 5 de la tarde, para todo público, donde se presentaban los artistas menos conocidos o que atraían a poco público: generalmente principiantes o malos; la segunda, por ahí de las 6 de la tarde, con más calidad en el espectáculo, pero aún con artistas poco conocidos, y la tercera, después de las 8 de la noche, el “plato fuerte”: los artistas experimentados y talentosos) o la lucha libre.

El origen de sus personajes y sus máscaras se remontan más atrás. Las máscaras son herederas de las fiestas de la carne, el carnaval, que surgieron en los siglos XI y XII. El carnaval, visto por algunos como un recuerdo de las fiestas paganas que consagran el regreso de la primavera, tiene un origen un poco siniestro y oscuro: al final del siglo X, al acercarse la fecha 1000 en el calendario cristiano, la Europa católica esperaba el fin del mundo (algo similar a lo que sucedía en la cabeza de quienes 500 años más tarde emprenderían la invasión de lo que después bautizarían como América). No obstante, el año 1000 llegó y no pasó nada: Cristo no resucitó de entre los muertos, no hubo trompetas de ángeles en el cielo, no cabalgaron los cuatro jinetes del Apocalipsis sobre la humanidad… nada; así que se dieron a la tarea de celebrar que habían burlado a la muerte.

De esta suerte, los principales personajes del carnaval no fueron sino una representación de un funeral jocoso. Pedrolino, era el muerto (con su cara blanca), inocente que no creía estar muerto; Arlecchino, el sirviente del demonio: la muerte que suena sus campanas anunciando que la hora ha llegado. Pantaleone, su amo, el demonio (que viste de rojo), y también el invierno que ha sido vencido por la astucia de Pedrolino al escaparse de los castigos infernales. Il Dottore, quien ha decretado que el paciente ha muerto y debe ser enterrado, y, también, la figura de la ley que lo indica. Colombina, amada inalcanzable de Pedrolino, el alma inmortal, la idea de que el amor lo vence todo, incluso la muerte (como amantes, Pedrolino y Colombina son la primavera que juntos han vencido el crudo invierno: Pantaleone). Y, los demás zanni, con sus ropas blancas, son la fila de almas que siguen a la muerte hasta el otro mundo por aquellos años de la llamada Edad Media.

Ya en el Renacimiento, las obras, más como en la carpa que en la revista, estaban representadas por actores, y más tarde también actrices (las mujeres en un principio estuvieron vetadas para subirse a las tablas, no así para trabajar en las compañías integrando lo que hoy llamamos los equipos creativos de construcción de escenografía, vestuario, maquillaje y/o utilería), que interpretaban un papel definido; pero, la actuación se iba improvisando conforme se desarrollaba el espectáculo.

Los personajes masculinos, tanto los zanni como los vecchi, solían llevar medias máscaras que cubrían sus ojos y nariz solamente para permitirles el habla libre. Los personajes femeninos, salvo Colombina, no usaban máscaras; tampoco los innamorati. Pero, había un zanni que como los innamorati tampoco llevó máscara: Pedrolino (llamado más tarde Pierrot), de quien derivaría el payaso cara blanca que al desdoblarse y dar paso al payaso augusto, y llegar a convertirse muchos años después en el cómico del teatro de carpa, iría perdiendo poco a poco su maquillaje, mas no su esencia.

Generalmente en parejas, cual ñaque española (la forma de “compañía” constituida por solo dos cómicos) a modo de estructura interior, los personajes de la commedia dell’arte sumaban entre sus características principales (la máscara, la improvisación y el actuar en parejas serían algunas de las ya descritas), una actoralidad muy física, un lenguaje inventado: el grammelot (que siendo herencia medieval algunxs insisten en que lo inventó Dario Fo) y, a modo de continente, un carácter migrante y humilde, en el caso de los zanni; signo que primará en el personaje emblemático de la carpa: El Peladito, personaje urbano usualmente emigrado del campo, a veces borracho, casi siempre buscapleitos, machista por los cuatro costados, paria sin nada o muy poco qué ponerse encima y, por supuesto, pícaro; poseedor, igual, de un lenguaje tan macarrónico como ingenioso que le servía para escapar del Genízaro o Gendarme, burlarse del Gachupín y el Catrín, o enamorar a la Indita (muchas veces Vendedora) o la Criada; a fuerza de albures que, en tanto palabras de doble sentido sexual o escatológico, empleaba como respiradero verbal de su represión sexual contra El Fifí y otros personajes “delicados” o “afeminados” (sic) que El Peladito considera muy gracioso denigrar por sospechar de una condición homosexual que deja aflorar en él mismo estando borracho y el influjo del alcohol le sirve de cobertura.

El Peladito, que a modo de fractal es metonimia de una carpa que a su vez lo es del pueblo mexicano; tras la lente de las clases sociales que ganaron la guerra civil y la hicieron abortar de sus ideales más caros, no es visto sino como marginado, empobrecido y conformista. Desterrado de su milpa por el desarrollo y el progreso capitalistas de principios del siglo XX: alienado, enajenado, El Peladito solo busca sobrevivir, “irla llevando”, “nadar de muertito”, y, de esa suerte, ser un eslabón más en la cadena de burla y despojo que lo somete; despreciado por los sectores adinerados que lo ven a él y a la carpa de donde nació pobres, sucios y escandalosos: “rascuachis”; El Peladito desprecia a su vez a otros peladitos como él o a personajes en condiciones de mayor desventaja socioeconómica que él, que en un país machista están representados en primer término por La Criada; y, que en un país además racista, extiende la cadena de robo y desprecio al Indito, de quien harán mofa El Peladito y La Criada, o La Indita, que en la fórmula de sumar racismo al machismo, y viceversa, es el último eslabón de la misma cadena.

Podríamos decir, entonces, que tenemos distintos tipos de peladitos o zanni mexicanos. Zanni, (igual en singular que en plural), es el diminutivo veneciano de Giovanni: Juan, que en Italia era el nombre aplicado a cualquiera sin importancia; el Juan Pérez español o el John Smith inglés. Zanni, como El Peladito (el diminutivo es, pues, importante), es un desafortunado campesino o un obrero, muchas veces migrante, siempre desposeído, como ya se ha dicho líneas arriba, proveniente de Bérgamo (donde Giovanni era el nombre más común) que se muda al norte de Italia a causa de la guerra (Venecia ha invadido Bérgamo) y el hambre (los campesinos no podían competir con sus mercancías en los mercados inundados por importaciones cuyos precios eran baratos por provenir de la explotación de la mano de obra de trabajadores esclavos en Grecia, Turquía u Oriente Próximo).

Zanni representa así la terrible realidad de una población desarraigada que emigró a las mismas ciudades donde habitaban los mercaderes, clérigos, militares y nobles que en mayor o menor medida habían causado su desastre económico. Igual que en el México “posrevolucionario” de principios del siglo XX, o el de principios del XXI: Zanni o Juanito (nombre también del personaje regordete que como “mascota” del mundial de futbol en México ’70 enseñaba el ombligo por portar un jersey que le quedaba mal, como sus ropas al Peladito), es el campesino que llegó a poblar los terrenos torpemente fraccionados y sin servicios que después serían Tepito, La Lagunilla o La Candelaria; entre muchos otros barrios y colonias populares; donde eventualmente nacerán su hijos: los chilangos.

Inicialmente, las ropas de Zanni eran unos pantalones y un blusón blanco holgados, hechos de sacos de harina para indicar su pobreza. Llevaba una máscara negra para indicar alguien curtido por el sol de tanto trabajar en el campo, similar a la que llevaría después su descendiente más popular: Arlecchino; la longitud de su nariz medía su inteligencia: mientras más larga, más idiota. Sus intereses, no siempre coincidentes con los de sus amos, son su propio confort y la satisfacción de varios deseos inmediatos; su instinto de supervivencia es más fuerte que todos los demás personajes: padece un hambre continua por su condición cotidiana. Fiel, muy fiel, a su amo, vive el presente y duerme donde sea que le agarre la noche. Estamos viendo, pues, la génesis de El Peladito; cuando éste muestra aún un carácter ingenuo y es visto por los demás como tonto. Pero, como en Zanni, este estadio será temporal, y de ser el pobre ignorante del que todos nos burlamos, más tarde conseguirá su venganza al ser más listo que muchos de nosotros.

~ Las máscaras ~

En períodos posteriores, Zanni como personaje cayó en desuso y la palabra zanni pasó a referirse a toda la categoría de sirvientes; como si Juanito fuera juanitos. En esos espectáculos posteriores solían ya aparecer juntos al menos dos zanni, uno tramposo y astuto, llamado en México: el cómico; el otro bruto e ingenuo: su patiño; o, su variante de uno ignorante y rudo, incapaz de pensar, acompañado de uno astuto y holgazán que no soporta la disciplina y la autoridad. Así fue el origen de otros criados o sirvientes: el inteligente y despistado Arlecchino, el mudo y tranquilo Pedrolino, el matón de barrio Pulcinella, el tramposo y mentiroso Brighella; donde el hambre hace que todos ellos hagan lo que sea por sobrevivir. No es difícil ver en estas máscaras cómo asoman ya algunos de los personajes de la carpa mexicana: El Indito (en Arlecchino y Pedrolino), El Pendenciero (en Pulcinella) o El Peladito mismo (en Brighella).

Arlecchino, en principio simplón, necio y estúpido, y oriundo de Bérgamo, como Zanni, tiene en Brighella su contraparte tiránica que, a veces, es su hermano mayor: su nombre (brigare en italiano significa: riña o intriga) explica bien su máscara. Se trata, Brighella, de un personaje que evolucionó fuera de Zanni: sus primeros trajes consistían de una bata corta y floja, blanca y pantalones en buen estado de color verde, estaba a menudo provisto con un battachio o espada de madera. De todos los personajes es considerado el más inquietante, pues, su extraña máscara cómica es de color verde olivo, de ojos oblicuos y nariz de gancho, y, muestra una mirada de lujuria y codicia. Es, por lo mismo, el sirviente astuto y poco escrupuloso, y, pese a su origen como zanni, representa a un miembro de la clase media que a veces suele ser dueño de una taberna o posada, aunque también puede ser contratado como cocinero, de ahí su indumentaria de líneas verdes.

También de Bérgamo, como su hermano Arlecchino, Brighella es a menudo muy cruel con aquéllos debajo de él en la escalera social, en un estereotipo típico de aquéllos que han subido de la pobreza; de allí que sea respetado por los amos o patrones y haya adquirido el estado más alto entre los siervos, quienes acuden a él para pedirle consejo en forma de refranes que Brighella tiene para todo tipo de ocasión. No significa, con ello, que sea más inteligente; pero, sí es más arrogante que sus pares. Además, como el mentiroso cínico que es: nunca se arrepiente cuando es atrapado haciendo alguna maldad, es más persuasivo con las mujeres, siempre está preparado para la intriga, siempre busca la próxima pelea. Además de inteligente y astuto, es malicioso y manipulador: enreda y altera todo tipo de situaciones, generalmente para su provecho y placer. Brighella es, pues, un gran depredador: cuando irrumpe, la acción cambia de ritmo; es un gran perturbador: es colérico, violento y exagerado en su conducta. Y, por supuesto, es aficionado al dinero, que gasta rápidamente en la bebida y el juego.

Regresando a la carpa, en Brighella, más que en Arlecchino, tenemos los rasgos que heredará El Peladito; sobre todo la versión que creará Cantinflas basándose en El Chupamirto. Y, continuando la línea genealógica hasta nuestra versión de 1M+2H/1B, podríamos apuntar que el Rogelio de Maruxa Vilalta en “En Las Lomas, esa noche”, tiene mucho de Brighella; mientras su Arturo acusa algo de Arlecchino… con una diferencia sustancial: Rogelio y Arturo, al menos por evidencia textual, parecen pertenecer a las clases altas, por lo menos a la burguesía; no al pueblo. Para construir sus máscaras carperas a partir de la commedia dell’arte tendremos que asomarnos entonces a otros personajes, como Fritellino (antecesor de Mezzetino), considerado una variante de Brighella, de origen boloñés o toscano, que se diferencia de los demás zanni por pertenecer a la clase alta y venir a menos debido al juego y otros vicios.

Mezzetino, por su parte, cuyo nombre significa: “medio-vaso (de licor)” en italiano, suele ser por lo general un poco más tranquilo que Brighella, y mucho más manso y culto. Inclinado a menudo por la música, puede cantar y bailar con habilidad, y suele estar más interesado en las señoras casadas… aunque se le ha pintado coqueteando con la innamorata Isabella con un texto revelador: en seis años de matrimonio, él y su primera esposa nunca tuvieron una pelea hasta que ella intentó detenerlo de estornudar, por lo que él la mató en el acto. Cuando Isabella intenta zafarse de él argumentando que ella ya está casada, él señala que con el favor de un buen veneno para ratas se resuelve ese pequeño problema.

Ahora sí; en Fritellino y Mezzetino tenemos más claros a Rogelio y a Arturo que ya veíamos coincidir con Brighella. Rogelio con Fritellino; Mezzetino con Arturo. Por su parte, en Beatriz tenemos una zagna que a fuerza de volverse cómplice de Fritellino-Rogelio consigue moverse de manera ascendente por la escala social; su máscara podría ser la de Fiore, también conocida como Fiorinetta. Ingenua, virtuosa, un poco campesina; su padre y/o su madre (¿acaso la Nana en “En Las Lomas, esa noche”?) le señalan los lugares donde se podrá iniciar en la prostitución; para terminar enamorada y casada con Flavio (¿un Rogelio innamorato con algo de Fritellino?), su primer y único cliente. Beatriz, en la carpa, se asemeja más a La Criada o a La Vendedora joven (recordemos que es la hija de la mujer que vende caldos: una Vendedora, acaso vecchia) que logra movilidad social; por esa vía, además de Fiore, podría ser una Colombina permutada en signora: papel femenino que no forma parte de los personajes originales, cuando la presencia de la mujer estaba relegada a innamorata o zagna.

La signora, que, como las zagna y las innamorati, toma su nombre de las actrices que la encarnan, suele ser la esposa engañada por alguno de los vecchi o zanni mayores, y cuando es madre (Beatriz no lo es; pero, sí la Nana) suele ayudar a sus hijos (alguno de los innamorati). Su mal humor para con el marido infiel, además de hacerle vivir peleando y discutiendo con su mismo marido, los amigos de éste, otros zanni y zagna, y con cualquiera que se atreva a contradecirla, incluyendo sus hijos, la lleva siempre a perjudicar los planes de su marido. Suele vestir como dueña de cantina o cocinera, si es esposa de un zanni, o lujosamente ataviada con vestimenta oscura (esperando el día en que se muera el marido), si es una ama.

En algunas versiones suele ser una vieja sirvienta (como la Nana), ya viuda y áspero carácter o también una vieja cortesana venida a menos por su avanzada edad, ahora metida a alcahueta que busca sacar de las situaciones y enredos de los innamorati un provecho personal, generalmente monetario: una Celestina. Su característica en estas situaciones es ser una gran chismosa. Llamada por su marido: La Ruffiana, suele ser a veces la rival de la innamorata, al tratarse de una mujer joven que trabaja en la taberna, u otra compañera de igual posición social (rica) que por molestar interviene o entorpece la relación de los amantes.

La Cristina de Vilalta en “En Las Lomas, esa noche”, en sentido inverso a su Beatriz, es una innamorata caída en desgracia por fuerza de la seducción; una Isabella que ha confiado en las promesas y los engaños de un joven zanni o, peor, un vecchi o un zanni mayor. Una niña bien de la carpa convertida en una Colombina mexicana que no cumple la función de criada de su máscara, sino la seductora, pícara e insolente, para decantarse en la sensual y erótica tiple que, consagrada por actrices como María Conesa “La Gatita Blanca”, Mimí Derba, Lupe Rivas Cacho o La Montalbán, escandalizaba a las buenas conciencias de la época si mostraba las piernas sin mallas, los brazos desnudos y el abdomen.

Cristina sería, entonces, una Isabella devenida en Colombina dentro de la commedia dell’arte mexicana que es la carpa. Así, por un lado, es el personaje más conocido de entre todas las enamoradas gracias a su inteligencia que apareció a inicios del siglo XVI, bien educada, de discursos y gustos refinados que, a diferencia de su amado, busca sus propias soluciones; intensamente coqueta, dramática, finge locura por el amor apasionado, y puede ser mojigata, joven bonita y casta. Y, por otro lado, la zagna que aparece a finales del siglo XVII como una soubrette con su propia personalidad, pues, es lo que la innamorata no es: libre, ya que no es esclava de las ataduras de amor. Inteligente también, Colombina es siempre cambiante y charlatana, y está dispuesta a que alguien más pague los gastos.

Sirvienta de uno de los vecchi, compañera sentimental de algún zanni menor (Arlecchino o Pedrolino, principalmente), Colombina suele ser la sirvienta personal de la misma Isabella, por lo que va mejor vestida que los demás zanni. No tiene ningún atributo físico negativo; tiene bastante para comer, ropa decente y ninguna ambición de ser rica. Puede leer y escribir, sabe cantar y los bailes la cautivan; es, también, una mujer autodidacta, influenciada por el contacto con Isabella. Aunque caprichosa y coqueta, es buena en su trabajo y cuidadosa con su dinero.

Siendo una figura femenina, Colombina, como La Criada de la carpa, hizo en un inicio el papel de la mujer deseada por todos (vecchi y zanni); pero, al aparecer los jóvenes innamorati en escena, su papel se redujo al de confidente y portadora de mensajes. Contenta y descuidada, cuando se le asigna una tarea se mueve con velocidad y eficiencia, es una buena sirvienta. Espectadora, puede ver cuán necios son el resto de sus compañeros, y debido a su ingenio suele resolver con facilidad y dignidad las intrigas más complicadas. Finalmente, lúcidas y racionales, la Colombina de la commedia dell’arte y La Criada de la carpa revelan una sabiduría simple en la que dicen la verdad aun cuando sea difícil de aceptarla, ya que entienden más sobre la vida que un estudioso o un filósofo.

Nos queda pendiente el Licenciado de “En Las Lomas, esa noche”, en quien vemos a El Tinterillo o El Chupatintas de la carpa y, por supuesto, a nuestro vecchi de la (pro)puesta en escena (si es que en Rogelio, descartando su carácter de zanni mayor, no vemos a una especie de Pantaleone): Il Dottore o Tartaglia. Si en Pantaleone encontramos al viejo avaro de la commedia dell’arte, que en la carpa podríamos empatar con El Gachupín de oficio tendero, personaje de no muchas luces, padre de Isabella y acosador de Colombina; Il Dottore es su versión pedante a grado sumo. Soltero o viudo, es cabeza de otro grupo familiar y padre de uno de los innamorati. Apareció hacia la mitad del siglo XVI con el nombre de Il Dottore Gratiano y después se volvió Il Dottore Balanzone con un aspecto bastante gordo, cuya máscara cubre la nariz y la frente solamente, para mostrar unas mejillas coloradas que indican su afición por la bebida. Jactancioso, Il Dottore no siempre es doctor en medicina; cuando lo es presume de sus poderes curativos; cuando no, ya que es doctor en derecho, de su retórica leguleya.

Il Dottore es una máscara en la commedia dell’arte que representa también a la aristocracia (su gordura es signo de riqueza) y al mundo de la cultura. Glotón y bebedor, con el tiempo se transformó en un personaje de gran y molesta inteligencia y madurez, y solía ser quien imponía la parte seria o melodramática de la trama, quien “ponía los paños fríos” al conflicto. Vecino de Pantaleone, suele ser, o su amigo, o su rival. A menudo es el amo de Pedrolino, mientras Pantaleone lo es de Arlecchino, y ambos los maltratan por envidia a su creatividad, la comprensión natural de las cosas y el favor de las zagna que los quieren: Colombina o Franceschina. Il Dottore es, pues, más palabras; en tanto Pantaleone es más acción: choro mata carita, diría El Licenciado en la carpa; cartera mata choro, respondería El Gachupín tendero o El Árabe mercader.

Sin embargo, quizás Tartaglia corresponda más a nuestra (pro)puesta del Licenciado de Vilalta. Corto de visión y con un terrible tartamudear, sus intentos por expresarse garantizan un buen rato en la escena. Normalmente se lo ubica entre el grupo de los vecchi, acompañado de alguno de los innamorati. Su condición social varía, es a veces un fiscal, abogado o notario, o un estadista. Tartaglia trae grandes gafas, lentes por su excepcional miopía y físicamente tiene un caso iniciado de gordura (le gusta el licor) y una verdadera vocación al fracaso. Por su tartamudez, los juicios donde interviene nunca acaban, o terminan con el defendido pagando más culpas de las que tiene realmente.